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Un día me topé con un meteorito

12 — 24 noviembre 2019

Un día me topé con un meteorito
'One Day I Stumbled Upon a Meteorite', group show. Installation view, Fabra i Coats - Contemporary Art Centre of Barcelona, LOOP Festival 2019. © Xavi Torrent

Hoja de sala Un día me topé con un meteorito

En el breve cuento La distancia de la luna (1965), Italo Calvino nos habla de la voluntad humana en relación con objetivos inalcanzables, ficcionando un universo en el que el espacio que nos separa del satélite se convierte también en metáfora de los deseos, las pasiones y las obsesiones terrestres.

​Dirigir la mirada hacia el cielo estrellado se corresponde con aquel impulso vertical al que los seres humanos siempre hemos respondido, un ímpetu del cuerpo que desvela preguntas sobre el origen del mundo, la necesidad de orientarse y la inclinación a explorar. Asimismo, y en distintas épocas históricas, esa acción ascendente ha encarnado la forma del sueño utópico, del miedo a la invasión, hasta asumir los rasgos de una futura colonización interestelar.

Desde las primeras carreras espaciales, la posibilidad de una expansiva «territorialización» del universo se relaciona hoy en día con la incertidumbre del futuro en la Tierra, reduciendo así la aparente distancia entre la alteridad del cosmos y nuestra cotidianidad. Es como si el espacio que habitamos, «infinito, indistinguible y uniforme en todas sus direcciones» (según el diccionario Cambridge) adquiriera substancia física y tangible, y nos obligara a despertarnos de nuestro caminar ensimismado.

Cuando el ya complejo debate sobre la naturaleza del «espacio» explotó a principios del siglo xviii, como se detalla en la correspondencia entre el filósofo alemán Gottfried Leibniz y el inglés Samuel Clarke, se enfrentaban dos posiciones principales: la racionalista, según la cual el espacio se correspondía con la relación de distancia o proximidad entre las cosas, y la absolutista, que lo identificaba con una entidad omnipresente y en parte reconducible a algo divino. Más tarde, Immanuel Kant hablaría del espacio como de un concepto abstracto al que el ser humano recurriría para dar sentido al mundo. De acuerdo con la física contemporánea, el espacio-tiempo vendría a ser finalmente un contenedor dentro del cual nos movemos y fluimos, un sistema imperceptible que determina, organiza y afecta nuestra existencia.

Abstrayendo el debate del discurso propiamente científico y reconduciéndolo a un contexto metafórico, la «mirada espacial» ofrecería entonces una vía para acotar la distancia entre lo infinitamente grande y nuestro microcosmo cotidiano, interrogando aquellas cuestiones que nos afectan de cerca, según un movimiento a la inversa que desde el cosmos interpele al cuerpo. Como si, caminando distraídos por la calle, nos topásemos con un meteorito.

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