Durante la última década, la obra de Diego Bianchi se ha erigido como una lente de aumento y distorsión de la vida urbana, centrándose en los rastros formales y generalmente caóticos del consumismo y, más concretamente, en los restos de los estragos económicos neoliberales del último periodo de poscrisis en Argentina. La práctica de Bianchi propone una apoteosis de las situaciones cotidianas, como la fuerza destructiva de la naturaleza y el tiempo y la diversidad de colores, texturas y volúmenes de las mercancías. Su obra comprende desde pequeñas intervenciones y documentación de las constelaciones de los restos diarios de una ciudad, hasta esculturas autónomas o monumentos de descomposición a escala humana que se convierten en paisajes físicos y mentales expandidos. El cuerpo, que siempre ha formado parte de las instalaciones de Bianchi, se convirtió recientemente en una presencia más concreta, primero como extremidades que animan los objetos y luego como escenas completas de ficción o no ficción dentro de una interpretación volcánica de la realidad.