Producida por la Han Nefkens Foundation en colaboración con la Fundació Antoni Tàpies, esta exposición recoge el trabajo del artista multidisciplinario Aziz Hazara.
Es aquí donde las culturas se entremezclaban y tocaban el mundo que las rodeaba. Un lugar entre el misticismo y la militancia, donde se conservan vestigios de historia antigua, rituales y estados. Una tierra que ha estado en el epicentro del conflicto durante más de un siglo, donde el derramamiento de sangre y la violencia –de la que los hombres son testigos y forman parte– parecen casi endémicos. El resultado de las luchas de Afganistán, el campo de batalla por procuración, es imposible de predecir, y solo los valientes o los necios pueden aventurar su futuro. ¿Pueden estos niños y el país al que pertenecen escapar del dolor colectivo por la pérdida y de la deformación histórica de los destinos humanos para sobrevivir? ¿La violencia sigue siendo aterradora cuando sucede todos los días? ¿Cómo puede el eco de los acontecimientos, tanto lejanos como recientes, ser político y poético, y cómo se desencadena la memoria personal?
Aziz Hazara cuenta su historia, notablemente reflejada aquí a través de la lente exclusivamente masculina de estos niños en el camino hacia la adultez (y la participación en los mismos procesos formativos de la violencia y el trauma), con impresionante modestia. Transforma y trasciende la memoria personal y colectiva para reclamar lo nacional como algo más que los objetos y las imágenes instantáneamente identificables que el Occidente está acostumbrado a ver. Sus obras encuentran un equilibrio entre la inmediatez visual y el comentario social, convirtiéndose a la vez en inmediatas y monumentales. El artista utiliza una forma de narración pasmosamente serena para explorar el sufrimiento y la lucha en su Afganistán natal. Las acciones que prepara para la cámara, con la ayuda de juegos infantiles, hablan por sí mismas mientras exploran la relación entre los jóvenes y los sitios traumáticos que se han convertido en su patio de recreo. Para comprender el trabajo de Hazara, hay que buscar el significado en el silencio colectivo y en los espacios en blanco que permanecen en las versiones oficiales de esta narración compartida. Hay que mirar más allá de lo que uno ve en las pantallas que tiene delante; hay que buscar lo que falta en la narrativa que uno cree saber.